El primer día de la semana
Así comienza el Evangelio según San Juan, narrando la resurrección del Señor. En este día de Pascua, nos gozamos en la vida nueva y en el amor incondicional de Dios. La gracia venció al pecado, la vida triunfó sobre la muerte, y la alegría superó al dolor.
María Magdalena, de madrugada, se dirige al sepulcro y descubre que ya no está su Maestro. Corre a dar la noticia a los discípulos: “Se han llevado al Señor”. Ese correr, ese impulso por anunciar, nos interpela en este Año Jubilar a vivir como peregrinos de esperanza.
Ser peregrinos de esperanza es proclamar la grandeza y la amistad de Dios, es anunciar que Cristo ha resucitado, como lo anunciaban las Escrituras: “Él debía resucitar de entre los muertos”.
Desde nuestra Espiritualidad de la Preciosa Sangre, contemplamos el Templo como lugar de esperanza, de transformación interior, de encuentro con la Palabra. Nuestra vida cristiana está llamada a imitar a esta mujer del Evangelio: buscar al Señor cada día, correr hacia los demás, anunciar con alegría que la vida ha vencido.
Ser peregrinos de esperanza es vivir la fe con gozo, contagiar empatía, servir con ternura, orar por el mundo, y ser cálices de vida donde otros puedan beber del amor de Dios.
María Magdalena no comprendía del todo lo que había ocurrido. Su asombro la llevó a buscar, a preguntarse, a caminar. También nosotros estamos llamados a dejarnos sorprender por el amor de Dios, que no condena, sino que abraza; que no castiga, sino que espera. En este Año Jubilar celebramos la misericordia del buen Padre, y nos gozamos en la esperanza de llegar un día a su presencia.
No hagamos en vano el sacrificio del Señor ni el derramamiento de su Sangre en la cruz. La resurrección nos recuerda que somos amigos de Dios, y que estamos llamados a vivir en la alegría de su cercanía.
¡Feliz Pascua de Resurrección!