Este Jueves Santo iniciamos el Triduo Pascual, el camino sagrado que nos lleva a contemplar la pasión del Señor y su entrega total en la cruz. La liturgia de este día nos invita a celebrar la Cena del Señor, lo que conocemos como la Última Cena. El Evangelio según San Juan nos relata este momento íntimo entre Jesús y sus discípulos, donde el servicio se transforma en el centro del mensaje.
Es el mismo Jesús quien se levanta de la mesa para lavar los pies de sus amigos. Ante la sorpresa de Pedro, el Señor nos revela la esencia del discipulado: servir con humildad, amar con gestos concretos, entregarse con gozo. Quien no se deja lavar los pies, no puede compartir la suerte del Maestro.
En esta Cena, Cristo parte el pan y ofrece el vino como su Cuerpo y su Sangre: alimento para el camino, fuerza para quienes peregrinan con Él. Desde nuestra Espiritualidad de la Preciosa Sangre, somos testigos de esta entrega amorosa, que se hace real y presente en cada Eucaristía. En este Año Jubilar, bajo el lema “Nuestro Templo: lugar de esperanza en la Sangre de Cristo”, contemplamos nuestro templo como ese espacio sagrado donde revivimos la Cena del Señor y nos nutrimos del alimento eterno.
Este día resuena profundamente con nuestro llamado a ser peregrinos de esperanza, siguiendo el ejemplo de Jesús que se abaja para servir. El camino del cristiano no se vive desde la comodidad, sino desde la humildad y la disposición a amar con obras.
La Sangre de Cristo, signo de entrega y sufrimiento, también es fuente de alegría y plenitud. Hoy, más que nunca, se nos invita a vivir nuestra espiritualidad desde el servicio alegre, desde la comunión con el Señor y desde la esperanza activa de un amor que se dona sin medida.