En este día, nos unimos en oración para celebrar el onomástico de nuestra madre Fundadora. La oración que elevamos a Dios es nuestro camino hacia la intimidad con el Padre Bueno, y lo mismo ocurre con los grandes amigos de Dios. Ellos interceden por nosotros, y sabemos que madre Magdalena lo hace por su querida congregación y por tantos que caminan bajo la bendición de la Preciosa Sangre.
Este año, hemos seguido las huellas de madre Magdalena, quien nos invita a caminar al lado del Señor. En su vida, fue testigo y dio testimonio del amor de Dios, dejándonos el legado de ser misioneros de la Preciosa Sangre. Nos invita a ser cálices vivos frente a los demás y frente a una sociedad que clama por justicia, respeto y amor.
Seguir las huellas de una amiga de Dios es caminar y relacionarnos íntimamente con el Señor. Es pedir siempre de corazón, como lo hacía madre Magdalena: “¡Oh Jesús mío, afirma mi voluntad para seguir el camino que lleva a ti y que no me desvíe de él!” (Pensamiento N° 2, madre Magdalena). Con convicción, respeto y confianza, madre Magdalena pedía al Señor caminar a su lado, demostrando su admiración, amor y cercanía desde la fe y el corazón.
Nuestra Espiritualidad de la Preciosa Sangre nos invita a seguir el legado de madre Magdalena, sintiéndonos cercanos e íntimos con el Señor Crucificado. En Él encontramos nuestra fuente para vivir esta espiritualidad de manera real. Cristo es el centro de nuestra Espiritualidad; su Sangre Preciosa es el signo del amor de Dios por todos.
Una pregunta para el cristiano en su vida de fe puede ser: ¿Es Cristo el centro de tu vida, actuar, caminar y compartir? Cada uno responderá desde su propia experiencia de fe y relación con Dios. Nuestra Espiritualidad nos lleva a actuar con amor, misericordia y empatía, dejando que Cristo actúe en nosotros. A veces no lo reconocemos en pequeños actos de bondad, pero madre Magdalena nos enseña que, al seguirlo con voluntad, lo reconoceremos en nuestro diario caminar. Abriendo nuestra vida hacia Él, será Él quien actúe en nosotros.
Elevemos nuestra mirada y oración al cielo, confiando en tener como compañera de camino en la fe a una verdadera amiga de Dios. Una mujer que, desde su vida y vocación, nos deja el mensaje de confiar siempre en el Amado que, desde la cruz y su Preciosa Sangre, nos bendice en nuestras vidas, familias y congregación.