Con estas palabras de María en medio de una boda en Caná, nos catequiza para vivir de la mano del Señor. En el evangelio de San Juan, esta es la primera señal milagrosa donde Jesús se manifiesta ante el pedido de su madre.
Para nuestra espiritualidad, el día de hoy es especial: celebramos y oramos bajo la mirada amorosa de Nuestra Señora de la Preciosa Sangre. Es nuestra Madre quien nos anima a seguir a su Hijo Amado. ¿Quién mejor conoce al hijo que su propia madre? En algunas ocasiones, nuestras propias madres solo con ver nuestros rostros, saben cómo estamos o por lo que estamos pasando. María no era distinta. Desde la distancia contemplaba a su hijo, lo acompañaba, lo animó a cargar su cruz y lo recibió con los brazos abiertos cuando lo bajaron de ella.
Si hay alguien que nos puede enseñar de esta espiritualidad, es justamente ella. Nadie como ella puede decir: “esta es mi sangre”. La vida de María es el fiel reflejo de nuestra espiritualidad. Ella es sangre de vida al decirle sí a Dios; fue cáliz de vida para su hijo al acompañarlo en su vida. Fue agente de amor, acompañándolo incondicionalmente en su vida pública. Fue testigo presencial de que su propia sangre también, empapando la cruz, marcaba la nueva alianza de amor con Dios.
En cierta ocasión, en una conversación con algunos jóvenes, ellos se referían a María como una mujer valiente, y les llamaba la atención su coraje frente al dolor. “Por eso Dios la premió llevándola al cielo”, decían. En gran medida, estos jóvenes se admiraban de la fortaleza de esta mujer. Siguiendo las huellas del Señor y de María, Madre María Magdalena Guerrero los contempla y aprende de ellos. En su propia vida, ella manifiesta esta valentía y confianza con el Señor, como lo hacía su propia madre Santísima.
Madre María Magdalena, viendo las necesidades de su tiempo, se va transformando en una mujer valiente, visionaria, atenta a los que más necesitaban. De igual manera, nuestra Madre María en la boda de Caná vio la necesidad de los novios y, con la confianza de una madre, con la confianza de la sierva de Dios, intercede por ellos. Nuestra espiritualidad de la Preciosa Sangre trata justamente de la valentía y preocupación por los demás; es la vida misma de María encarnada en las acciones de su hijo.
Todos estamos invitados a la boda junto al Señor y su Madre, a sentarnos a su lado y siempre a tener esta imagen de María mirándonos a los ojos, que nos dice y nos catequiza: “hagan lo que Él les diga”.
Nuestra Señora de la Preciosa Sangre… ruega por nosotros.