Los grandes amigos y fieles de Dios han sido hombres y mujeres que, en su vida, permitieron que el amor, la valentía y el testimonio por seguir a Jesús actuaran plenamente. El Señor resucitado fue su fuerza para dar testimonio ante los demás del amor de Dios.

El martirio, en los primeros siglos de la Iglesia, puede parecer a muchos una locura, pero para los primeros cristianos fue un aliciente que les impulsó a entregar su vida y vivir con pasión por el Resucitado. Hoy celebramos con alegría y fe a Santa Cecilia, un día especial para nuestra Espiritualidad de la Preciosa Sangre, pues recordamos cómo, en esta mujer, se derramó la Sangre Preciosa del Señor Jesucristo. Su martirio y muerte la elevaron a la gloria de estar cerca del Padre Todopoderoso, convirtiéndola en un testimonio de fe admirado por toda la Iglesia.

Cuando nos preguntamos: ¿Quién quiere ser santo en su vida?, solemos recibir diversas reacciones. Algunos responden con una sonrisa diciendo: “Yo nunca podría serlo”; otros piensan que “no están escogidos” para alcanzar la santidad, y algunos incluso aseguran que ser santo “es muy aburrido”. Pero, ¿qué entendemos por santidad? Si creemos que seguir al Señor es únicamente rezar con las manos juntas, vivir con miedo a pecar y no disfrutar de la vida como un regalo del Padre, entonces sí sería un camino triste y sin alegría.

Sin embargo, los santos y mártires nos muestran lo contrario: vivieron una vida llena de gracia y gozo. No murieron amargados ni reprochando a Dios; por el contrario, se entregaron con total libertad a la misión de la Iglesia y no titubearon al enfrentar incluso la muerte. De ellos aprendemos que el don de la fe nos lleva a ser cristianos alegres, testigos del amor de Dios en nuestra vida cotidiana.

Nuestra madre fundadora, en su pensamiento número 1, nos recordaba:
“Cuando advierta que mi fervor se entibia, me pondré sobre aviso, examinándome para ver de qué proviene esto”.

El entusiasmo por seguir al Señor debe ser una constante en nuestro caminar. A eso estamos llamados: a dar testimonio de Dios en los pequeños actos del día a día, sin esperar grandes señales o milagros. Las verdaderas señales para vivir en santidad están en las cosas sencillas de la vida.

Entonces, ¿por qué no querer ser santos? Nuestra Espiritualidad de la Preciosa Sangre nos enseña que el amor está acompañado de sufrimiento, gozo, miedo, valor y entrega. Estas realidades no son ajenas a nosotros; no hablamos de algo inalcanzable o reservado solo para el cielo. Más bien, es en lo cotidiano donde podemos dar pasos hacia la santidad.

Santa Cecilia, en su humildad, permitió que Dios guiara su vida, y por eso su testimonio sigue siendo grande para la Iglesia.

Santa Cecilia, ruega por nosotros.