Cada año, en los meses de noviembre y diciembre, nuestra Iglesia chilena se une en oración junto a María. Es un tiempo en el que, tomados de su mano, elevamos nuestras necesidades y nos acercamos íntimamente a Dios. Este año, hemos caminado con nuestra Madre Fundadora, siguiendo sus huellas que nos llevan a Jesús. Así como ella, también se nos invita a seguir las huellas de la Santísima Virgen María, quien nos muestra el camino para encontrarnos con su Hijo amado.
Seguir las huellas de María significa caminar en la dicha de llevar un hijo en el vientre, acompañarla en la boda de Caná donde pide la bendición de Jesús para los matrimonios, y ser testigos de los milagros que su Hijo realiza en favor de los demás. Significa también compartir su dolor en la pasión y muerte de Jesús, acogerlo en su regazo al ser bajado de la cruz, con un corazón desgarrado. Pero seguir sus huellas es, asimismo, ser testigos de la resurrección del Señor, celebrando la alegría de la promesa cumplida de Dios de no dejarnos solos.
Estamos seguros de que nuestra Madre María Magdalena Guerrero caminó junto a María Santísima. En ella encontró a una madre que se goza en la presencia de su Hijo resucitado, y en la compañía de Dios como parte esencial de la historia de la salvación. Siguiendo las huellas de Madre María Magdalena, llegamos al Señor crucificado, y allí, junto a la Virgen, lo reconocemos como nuestro Salvador. Esa fe y amor que María y Madre María Magdalena nos transmiten nos fortalece en nuestra vida diaria.
Este mes dedicado a la Madre del Señor es una oportunidad para acercarnos a Él y mirarlo con los ojos de María, rezar con su voz, actuar con sus gestos y contemplarlo desde su perspectiva. Es un don precioso en la Iglesia para acercarnos a María como hijos amados. Es un tiempo propicio para ofrecer a Dios todo lo que hemos vivido en el año, para prepararnos para la llegada del Señor en la Navidad, y para vivir el Adviento con ella como guía.
Aprovechemos este “Mes de María” para experimentar el amor de una madre que, esperando a su hijo, vive el gran Adviento. Que ella nos enseñe a vivir y actuar desde la alegría de la pronta llegada de ese Niño que marcará la historia de amor entre Dios y cada uno de nosotros. Que este mes oremos, con “flores a María,” mirando con ternura a nuestra Madre Santísima.