“Y a ti misma una espada te atravesará el alma”

Estas palabras del Evangelio de San Lucas, pronunciadas por Simeón en el Templo durante la presentación del niño Jesús, cobran un significado profundo para María en el dolor de la pasión y muerte de su hijo amado. Hoy celebramos y oramos junto a Nuestra Señora de los Dolores, una fecha en la que se nos invita a contemplar a María desde una perspectiva humana: una madre que se goza y sufre en el camino de la salvación.

María se goza al ser madre, pero también sufre al ver a su hijo maltratado y burlado en la cruz. Aunque Jesús ya no era un niño, para ella siempre fue su pequeño, como tantas madres suelen decir, sin importar la edad de sus hijos. Nuestra espiritualidad, anclada en esta solemnidad de la Iglesia, nos llama a ser testimonio de esperanza, empatía y acompañamiento con quienes más sufren.

La Congregación Preciosa Sangre, a través de sus apostolados, se dedica a acompañar a los enfermos, tratándolos con la dignidad de hijos e hijas de Dios. Hermana Fabiola Girón Moncayo, enfermera de la clínica psiquiátrica Santa Cecilia de Santiago, destaca a la madre María Magdalena Guerrero como un ejemplo de ver el rostro de Cristo en cada uno de nuestros pacientes, familiares, apoderados, funcionarios y hermanas de congregación. La perseverancia, entrega, fidelidad y servicio amoroso de nuestra fundadora, inspirada por María, la llevaron a descubrir en el sufrimiento el rostro del Cristo crucificado.

Conversando con un grupo de jóvenes, mencionaban que vivimos en una sociedad carente de empatía. A menudo pasamos junto a quienes sufren sin siquiera notarlo. Esta falta de compasión y de mirada humana frente al dolor nos invita a preguntarnos: ¿Cómo respondo al llamado a ser un buen samaritano? Hermana Fabiola nos recuerda que nuestra fundadora nos enseñó a reconocer en el rostro de los demás el verdadero rostro de Cristo.

María, como madre, nos acoge y nos acompaña siempre. En los momentos de dificultad, no tengamos miedo de pedirle que nos tome de la mano y nos guíe. Así como acompañó a su hijo cargando la cruz, también nos acompaña a nosotros en nuestras propias cruces, siempre con los brazos abiertos, como cuando recibió el cuerpo de su hijo al pie de la cruz.