Con el corazón lleno de gozo, celebramos la Asunción de la Santísima Virgen María, así como la vida religiosa consagrada. Esta última se encomienda a María para que, con su intercesión, pueda permanecer fiel a la vocación de seguir a su Hijo Amado. Los santuarios abren sus puertas para recibir a los fieles que llegan a orar junto a María. Ella es nuestra Madre, siempre esperándonos con los brazos abiertos, al igual que nuestras propias madres cuando llegamos a casa.
Contemplando a la Madre del Señor, reconocemos nuestra propia espiritualidad de la Preciosa Sangre. Es María quien nos enseña a caminar junto a su Hijo. Con ella, llegamos hasta la cruz, donde contemplamos, con profundo dolor, la muerte, la soledad, la falta de empatía, y la falta de respeto en todos los ámbitos de la vida. En la cruz se plasma el dolor de la humanidad, la injusticia; la sangre clama en tantos hombres y mujeres que sufren. Es la Madre del Señor quien nos anima a cargar nuestras propias “cruces”, tal como lo hizo ella, con su corazón desgarrado por el dolor.
Sin embargo, es también María quien se regocija al ver al Resucitado, quien se hace parte de esta historia de salvación. Nuestra espiritualidad se goza con el corazón de María, corriendo a abrazar al Hijo Amado, como lo haría la Madre del Señor en su vida. La vida religiosa consagrada está llamada a dejarse acompañar por María, ya que es ella quien, siguiendo las huellas de su Hijo, nos anima a caminar a su lado. La Madre del Señor es elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial.
Contemplemos siempre a María, aprendamos de su humildad y pequeñez ante los ojos de Dios. De ella debemos aprender para nuestra espiritualidad; debemos vivirla con humildad en favor de los más necesitados. Estamos llamados a ser cálices de vida, sangre de vida, agentes de reconciliación, caminando al lado del Señor que carga su cruz en el rostro de tantos hombres y mujeres que hoy sufren. No solo desde la oración, que es tan importante, sino también desde la acción, saliendo a mirar el rostro del prójimo. Con valentía, defendamos los valores cristianos, dando testimonio con buenas acciones, viviendo la fe en humildad y caminando junto a María.
En nuestra espiritualidad, estamos llamados a gozarnos con María y caminar a su lado, ya que será ella quien nos conduzca al Resucitado, quien siempre nos acompañará en la alegría de sabernos amados por su propio Hijo.
Santa María, Madre de Dios… ruega por nosotros.